viernes, 8 de marzo de 2013

En el Día de la mujer



Hoy que en todo el mundo se conmemora el Día de la Mujer quiero contaros una historia.

Es posible que los vecinos del barrio de Chamberí se crucen,  en los últimos meses, por la calle Santa Engracia con una pareja poco corriente. Ella es una mujer joven, aunque su pelo muy corto y muy rizado esté ya casi blanco, él es un caballero que aparenta más edad de la que realmente tiene, porque en el último año su salud le ha jugado una mala pasada y su vida ha dado un vuelco total.
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El caballero, elegantemente vestido, va en una silla de ruedas que empuja cuidadosamente la mujer del pelo corto y rizado. Ella tiene los ojos con un brillo especial, el que dejan las muchas lágrimas derramadas y el que da la decisión de no rendirse nunca. Se llama Concha y es amiga mía desde hace mucho tiempo.

Cuando era casi una adolescente decidió, no sin problemas familiares, unir su vida al hombre que amaba y compartirla con él, muy lejos de su casa, su barrio y su país. Vivió en Mauritania, en Senegal, en América del sur y formó su propia familia, con dos hijas estupendas. Tuvo épocas malas en las que se sintió muy sola en un país extraño, mientras su chico (siempre le llama así cuando habla de su marido) trabajaba y por fin, al cabo de los años volvieron a Madrid, a su barrio de siempre cerquita de la Puerta de Toledo y comenzaron una etapa más tranquila y, quiero pensar que más feliz.

Conocí a Concha en un taller de literatura del centro cultural del barrio hace más de ocho años. Nos caímos bien desde el primer día, a pesar de que yo soy quince años mayor que ella. Sintonizábamos la misma onda en muchísimas cosas y nos contábamos penas y alegrías mientras volvíamos a casa después del taller. Compartimos lecturas, días de teatro, muchos cafés y, un día, a principios de 2012, me contó que iba a ser abuela, como yo.

Otro día, poco después, en febrero de 2012, Concha me llamó por teléfono y me dijo: mi chico está mal, tiene el corazón tan grande que hay que hacer algunas reparaciones. El día de la operación nos comunicó que todo había ido bien y que estaba esperando para poder entrar a verle a la UCI.

Nada salió como esperábamos. Durante meses Concha vivió entre el hospital y su casa, a la que volvía cada día sin saber qué iba a pasar al día siguiente. Más tarde a su chico le dieron el alta hospitalaria y volvió con él a casa.

Ahora vive en otro lugar, alquiló un piso sin barreras arquitectónicas, en donde poder atender mejor los cuidados que necesita el hombre que es el gran amor de su vida y que ahora depende totalmente de ella. La cercanía de una de sus hijas la animó también a mudarse.

Lo que ha sido este último año para esta mujer enamorada, guerrera y luchadora no soy capaz de contarlo. Muchos de los correos que he recibido de ella en estos meses y las larguísimas conversaciones telefónicas que hemos mantenido,  me dan idea de la batalla que está librando. Convertida en cabeza de familia, está luchando contra la sanidad, la administración, la burocracia y el papeleo, para conseguir aquello a lo que tiene derecho.

Sobre su lucha íntima y personal para seguir adelante, contar algo aquí sería una gran indiscreción.

Se, porque ella me lo ha dicho, que se siente muy arropada por sus hijas y por su familia. Sus amigas poco podemos aportar además de hacerle sentir que puede contar con nosotras, de escucharla cuando tenga ganas de hablar y de transmitirle nuestro cariño.

Concha, te lo debía. Eres una buena amiga y una gran mujer.

Aquí os dejo un pequeño regalo para disfrutarlo en este día.

http://youtu.be/i0X4Yu8GZr8
Abuela Ana

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