miércoles, 14 de agosto de 2013

Verdes praderas. Mi casa en el pueblo

A través de las rajas de la persiana está empezando a entrar el sol. Hay un pentagrama de luz sobre la puerta del armario, también ha sonado el despertador de los cientos de pájaros que me tienen alquilado el jardín para poner sus nidos en los árboles.

Realmente no tengo ninguna cosa en especial que hacer y que me obligue a levantarme tan temprano de la cama pero, por eso precisamente, es cuando más a gusto estoy y más disfruto del jardín.

Anoche regué bastante porque después de una larga tarde en la que llegamos a los 37º estaban la hierba y las plantas con un punto triste y lacio que daban pena. El agua ha hecho efecto y esta mañana es como si hubieran revivido.

Hoy estoy sola. Ha habido varios cambios de "veraneantes" en casa de la abuela y pronto volveré  a tener compañía.

Así que estos son los días en los que aprovecho para dedicar más tiempo al jardín: corto la hierba, recojo hojas, corto flores secas... y eso lo terminé de hacer ayer. Al acabar, voy recorriendo cada rincón para comprobar que todo está a mi gusto. Este verano mi hija Ana ha plantado cosas nuevas que están aguantando los calores como pueden y necesitan cuidados intensivos y especiales.

Pero hoy he decidido disfrutar de la naturaleza, los pájaros, el sol y un buen baño en mi pequeña piscina.

La mañana da para mucho y, ya cerca de las doce, he colocado mi "tienda" a la sombra de un muro de arizónicas recién regadas. Una tumbona, una pequeña mesita en donde dejo, ese apéndice imprescindible que es el móvil, las gafas de sol, las de leer, un pequeño radio transistor (del año catapúm pero que se oye estupendamente) y el libro que estoy leyendo.

Mi amiga Concha me ha dicho que estaba leyendo el último de Rosa Montero y a mi hoy me ha parecido interesante volver a leer, después de muchos años, una de las primeras novelas de Rosa,
Te trataré como a una reina. Es de 1983, la autora era muy joven pero ya tenía una brillante trayectoria profesional acumulada.

Así que imagináos a la abuela Ana con un  programa de Radio clásica, de fondo, bajito,  la novela en la mano y cerrando de vez en cuando los ojos para disfrutar del canto de los pájaros que, sobre todo con algunos instrumentos como el violín, parece que se animan a cantar más fuerte.

¿Por qué os cuento todo esto?, pues porque en días como este, me siento feliz por no haber decidido vender la casa del pueblo cuando el abuelo nos dejó.  Quiero creer que tampoco mis hijos me hubieran dejado hacerlo. Hay mucho amor y mucha dedicación en cada uno de los rincones del jardín y de la casa. A pesar de que cada verano nos cojamos un berrinche cuando algo no funciona y hay que arreglar o reponer alguna cosa.

Durante la siesta, a no menos de 35º en el exterior, veré mi novela en la tele, dormitaré un poco y cuando baje el sol volveré a bañarme, a leer y a esperar la anochecida para refrescar el jardín. Cuando pongo en marcha el motor de riego y empieza a salir agua por seis aspersores a la vez, me siento como si estuviera en el paraíso, en mi paraíso pequeñito y sin grandes ambiciones, en el que  soy muy feliz.

En una auténtica "noche toledana" con fondo de canto de grillos

Luego, cuando sea noche cerrada, apagaré las luces de la casa y del jardín y miraré al cielo en donde estos días se pueden ver cientos de estrellas, estrellas fugaces y la luna que está creciendo. Cuando sea luna llena, será la tercera que he visto este verano en mi casa de Escalona.

Abuela Ana

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