Estoy terminando de leer la tercera novela de Kate Morton, Las horas distantes.
La empecé con muchas ganas porque las dos anteriores me gustaron mucho y tenía curiosidad por ver cual era el argumento de la nueva obra.
La historia comienza con un capítulo de un libro que se llama El hombre de barro y que a lo largo de toda la novela está presente. Es un libro escrito por el dueño del Milderhurst Castle en el que viven las protagonistas, sus tres hijas, las dos mayores gemelas y la más joven hija de su segundo matrimonio. Las hermanas Blythe.
Después la trama se desarrolla tras la llegada de una carta, con 50 años de retraso, a una señora que durante la Segunda Guerra Mundial, fue una niña evacuada de Londres y acogida en el castillo de las hermanas Blythe. La reacción de esta mujer al leer la carta hace sospechar a su hija Edie que hay algo oculto en la vida de su madre y ahí empieza el desarrollo de la novela.
Confieso que me está costando leerla, no porque no esté bien escrita sino, porque el tema es prácticamente el mismo que el de las novelas anteriores. Aún no he llegado al final, pero me lo imagino y eso hace que el interés por avanzar en la lectura sea pequeño.
Si no hubiera leído ya La casa de Riverton y El jardín olvidado, seguramente estaría enganchada a la lectura de Las horas distantes, pero el argumento de: secreto de familia guardado durante muchos años y que se descubre gracias a la ayuda de bibliotecarias encantadoras, ancianitos de más de 90 años con buenísima memoria, cartas que llegan a su destino con 50 años de retraso, coincidencias extraordinarias y el tesón y la sagacidad de la narradora, ya es un poco repetitivo.
No niego que la novela esté bien escrita y los personajes, los ambientes de las casas viejas, ya sean mansiones o castillos, los pueblos, los jardines y en general todo el entorno de la trama es muy interesante .
Creo que Kate Morton ya tiene lista su cuarta novela. Espero y deseo que las prisas por publicar no la conviertan en la escritora de "la novela de siempre".
De todas formas Las horas distantes es un libro para pasar buenos ratos leyendo, por ejemplo ahora en vacaciones de Semana Santa.
Abuela Ana
jueves, 29 de marzo de 2012
domingo, 25 de marzo de 2012
Tiempo de torrijas
Ya tenemos dentro de unos días la Semana Santa, tiempo de vacaciones, de procesiones, de liturgia, de gastronomía distinta, de dulces...
Aquí en casa siempre hemos tomado dos ó tres cosas típicas: el bacalao con tomate (nunca he conseguido que me saliera tan bueno como lo hacía mi madre), el mojete (aportación del abuelo Juan), típico en la zona de Hellín, los panecicos dulces, también de Hellín y las torrijas que se comen en casi toda España en sus distintas variantes.
Con las torrijas pasa como con los turrones en Navidad, que hace ya un montón de días que en todas las panaderías te ofrecen las barras especiales para hacerlas. Yo me resisto un poco y al final unos días antes del Domingo de Ramos aprovecho para hacerlas. Ese día ha sido hoy.
De las múltiples variantes de la receta os voy a contar la mía.
Ingredientes:
- Una barra grande, especial para torrijas, precortada o no, (para hacer unas 16 rebanadas)
- l litro de leche
- 1/2 docena de huevos
- 1/2 kg de azúcar
- 1 vasito pequeño de miel
- 1 y 1/2 litros de agua
- l/2 litro de aceite de oliva
- Canela en rama
- Canela molida
- Corteza de limón
Modo de hacerlas:
Se pone la leche en un bol con 4 cucharadas de azúcar y se van remojando las rebanadas de pan hasta que estén bien empapadas y se ponen en un escurridor.
En otro bol se baten los huevos y las rebanadas ya escurridas se rebozan y se frien en una sartén honda con abundante aceite bien caliente.
Una vez doradas en el aceite, se dejan escurrir y se pasan por una mezcla de azúcar y canela molida que tendremos preparada en un plato.
Se van colocando en una fuente grande y honda.
Mientras freímos el pan, habremos puesto a hervir en una cazuela el agua con unas ramitas de canela, unas 10 cucharadas de azúcar, el vasito de miel y la corteza de limón. Este será el almíbar que utilizaremos para empapar las torrijas, lo mantendremos hirviendo a fuego lento hasta su utilización.
Cuando tengamos todas las rebanadas fritas, espolvoreadas de azúcar y canela y colocadas en la fuente honda, retiramos el almíbar del fuego y lo echamos por encima hasta dejarlas bien cubiertas. Si nos sobra líquido lo apartamos para añadir más, si fuera necesario.
Se dejan enfriar y se comen. (Si os sobran deben conservarse en el frigorífico y sacarlas un poco antes de ir a tomarlas).
Una dulce receta de
Abuela Ana
Aquí en casa siempre hemos tomado dos ó tres cosas típicas: el bacalao con tomate (nunca he conseguido que me saliera tan bueno como lo hacía mi madre), el mojete (aportación del abuelo Juan), típico en la zona de Hellín, los panecicos dulces, también de Hellín y las torrijas que se comen en casi toda España en sus distintas variantes.
Con las torrijas pasa como con los turrones en Navidad, que hace ya un montón de días que en todas las panaderías te ofrecen las barras especiales para hacerlas. Yo me resisto un poco y al final unos días antes del Domingo de Ramos aprovecho para hacerlas. Ese día ha sido hoy.
De las múltiples variantes de la receta os voy a contar la mía.
Ingredientes:
- Una barra grande, especial para torrijas, precortada o no, (para hacer unas 16 rebanadas)
- l litro de leche
- 1/2 docena de huevos
- 1/2 kg de azúcar
- 1 vasito pequeño de miel
- 1 y 1/2 litros de agua
- l/2 litro de aceite de oliva
- Canela en rama
- Canela molida
- Corteza de limón
Modo de hacerlas:
Se pone la leche en un bol con 4 cucharadas de azúcar y se van remojando las rebanadas de pan hasta que estén bien empapadas y se ponen en un escurridor.
En otro bol se baten los huevos y las rebanadas ya escurridas se rebozan y se frien en una sartén honda con abundante aceite bien caliente.
Se van colocando en una fuente grande y honda.
Cuando tengamos todas las rebanadas fritas, espolvoreadas de azúcar y canela y colocadas en la fuente honda, retiramos el almíbar del fuego y lo echamos por encima hasta dejarlas bien cubiertas. Si nos sobra líquido lo apartamos para añadir más, si fuera necesario.
(Se puede poner una cucharadita de almíbar encima para los más golosos) |
Abuela Ana
sábado, 24 de marzo de 2012
De turismo familiar. Sensaciones desde Colonia
El último y largo fin de semana he estado haciendo turismo familiar en Alemania.
Mi hijo mayor y su familia viven en Colonia desde hace mucho tiempo y a veces voy a visitarlos. Esta vez no he ido yo sola, lo he hecho con otro de mis hijos y su familia.
En otras ocasiones, desde hace años, me han ido enseñando los lugares más característicos de la ciudad, así que en este viaje, con mis nietos, nos hemos dedicado a pasear y a disfrutar de unos bonitos días de la incipiente primavera.
Yo no soy muy aficionada a viajar por viajar. Soy como los gorriones que vuelan bajito y no salen de su barrio. Además como el abuelo Juan, por trabajo, viajaba mucho y era un narrador estupendo, a veces pienso que hay sitios que conozco aunque nunca haya puesto un pie en ese lugar.
De Colonia me he traído "sensaciones":
- La visión de la imponente Catedral desde el puente del ferrocarril.
- Descubrir en una pequeña calle una tienda de juguetes de madera y toda clase de cachivaches que me recordó el taller de Geppetto, el padre de Pinoccio.
- Escuchar, sentada en una placita, a un cuarteto de músicos callejeros que interpretaban, estupendamente, música de Bach.
- Pasar por un mercadillo en el que hay tantos puestos de flores como de frutas y de dulces.
- Entrar en la Catedral y disfrutar de la luz de la nave central a través de las preciosas vidrieras y seguir, mirando hacia arriba, el bosque de columnas que se cruzan como ramas de enormes palmeras en la bóveda.
- Sentir la emoción cuando, a las doce de la mañana, empieza a sonar el órgano en la iglesia, prácticamente vacía, porque a los turistas los invitan a salir a la calle para que no se interrumpa el oficio religioso.
-Tomar un aperitivo en un lugar típico, a orillas del Rhin, viendo como suben y bajan el rio las enormes barcazas cargadas de todo tipo de mercancías. Y los barcos para pequeños cruceros.
- Disfrutar de la mezcla de olores de las cocinas alemana, turca, italiana... al pasar por las calles empinadas (afortunadamente en Colonia hay pocas cuestas) que bajan hasta el muelle del río. Ese barrio que se inunda cuando el Rhin va crecido.
- ¿Cómo explicar a mi nieto Juan, de ocho años, qué es El relicario de los Reyes Magos?, el atractivo turístico de la Catedral.
- Intentar entender, yo, por qué a Marta, con doce años, lo que más le interesa es dónde está la calle comercial y las tiendas para hacer compras.
- Compartir una rica comida, preparada por mi hijo en su casa, y una agradable sobremesa.
Y, la sensación más bonita que he traído de este, y otros viajes anteriores a Colonia, es el contacto con mi nieto de allí, con Jan, sus tímidos besitos al darme las buenas noches o su despedida cuando se marcha al colegio. También he visto sus trabajos, las fichas de clase, sus manualidades y me ha hecho muchísima ilusión ver las cosas que ya sabe hacer. Mi nieto Jan tiene nueve años y es autista.
De vuelta en casa, saludos de
Abuela Ana
Mi hijo mayor y su familia viven en Colonia desde hace mucho tiempo y a veces voy a visitarlos. Esta vez no he ido yo sola, lo he hecho con otro de mis hijos y su familia.
En otras ocasiones, desde hace años, me han ido enseñando los lugares más característicos de la ciudad, así que en este viaje, con mis nietos, nos hemos dedicado a pasear y a disfrutar de unos bonitos días de la incipiente primavera.
Yo no soy muy aficionada a viajar por viajar. Soy como los gorriones que vuelan bajito y no salen de su barrio. Además como el abuelo Juan, por trabajo, viajaba mucho y era un narrador estupendo, a veces pienso que hay sitios que conozco aunque nunca haya puesto un pie en ese lugar.
De Colonia me he traído "sensaciones":
- La visión de la imponente Catedral desde el puente del ferrocarril.
- Descubrir en una pequeña calle una tienda de juguetes de madera y toda clase de cachivaches que me recordó el taller de Geppetto, el padre de Pinoccio.
- Escuchar, sentada en una placita, a un cuarteto de músicos callejeros que interpretaban, estupendamente, música de Bach.
- Pasar por un mercadillo en el que hay tantos puestos de flores como de frutas y de dulces.
- Entrar en la Catedral y disfrutar de la luz de la nave central a través de las preciosas vidrieras y seguir, mirando hacia arriba, el bosque de columnas que se cruzan como ramas de enormes palmeras en la bóveda.
- Sentir la emoción cuando, a las doce de la mañana, empieza a sonar el órgano en la iglesia, prácticamente vacía, porque a los turistas los invitan a salir a la calle para que no se interrumpa el oficio religioso.
-Tomar un aperitivo en un lugar típico, a orillas del Rhin, viendo como suben y bajan el rio las enormes barcazas cargadas de todo tipo de mercancías. Y los barcos para pequeños cruceros.
- Disfrutar de la mezcla de olores de las cocinas alemana, turca, italiana... al pasar por las calles empinadas (afortunadamente en Colonia hay pocas cuestas) que bajan hasta el muelle del río. Ese barrio que se inunda cuando el Rhin va crecido.
- ¿Cómo explicar a mi nieto Juan, de ocho años, qué es El relicario de los Reyes Magos?, el atractivo turístico de la Catedral.
- Intentar entender, yo, por qué a Marta, con doce años, lo que más le interesa es dónde está la calle comercial y las tiendas para hacer compras.
- Compartir una rica comida, preparada por mi hijo en su casa, y una agradable sobremesa.
Y, la sensación más bonita que he traído de este, y otros viajes anteriores a Colonia, es el contacto con mi nieto de allí, con Jan, sus tímidos besitos al darme las buenas noches o su despedida cuando se marcha al colegio. También he visto sus trabajos, las fichas de clase, sus manualidades y me ha hecho muchísima ilusión ver las cosas que ya sabe hacer. Mi nieto Jan tiene nueve años y es autista.
De vuelta en casa, saludos de
Abuela Ana
sábado, 10 de marzo de 2012
Polvo de hadas por el parquet
Se me ha roto mi bola de cristal. A ver, no soy pitonisa. Se me ha roto una bola de cristal llena de agua, con un castillo dentro y minúsculas estrellitas brillantes que parecían lluvia al caer, cuando agitabas o le dabas la vuelta a la bola. No he conseguido encontrar ninguna fotografía en la que se vea bien para ponerla aquí, pero estaba junto a mi asiento favorito .
Fué un regalo que me hizo muchísima ilusión porque siempre había querido tener una. Había sido volteada y manoseada por niños y mayores durante un montón de años y el otro día me la cargué yo solita de la manera más tonta.
Recogí el agua; los cristales y el castillo los tiré a la basura porque no tenía remedio y estuve un buen rato llamándome a mi misma todo lo que se me ocurrió.
El problema han sido las pequeñas estrellitas brillantes. Se quedaron en las juntas del parquet y al secarse se han pegado en la suela de mis zapatos y están repartidas por toda la casa. Tengo la sensación de haber recibido la visita de Campanilla.
Creo que no voy a quitarlas, ya irán desapareciendo y mientras tanto me hace ilusión verlas.
Esto me ha hecho recordar la visita que Vanesa Pérez Sauquillo nos hizo una tarde, hace varios años, al taller de literatura, con nuestro profe, Antonio, para leernos algunos de sus poemas.
Nos contó que el título de su poemario Estrellas por la alfombra, surgió cuando se le rompió un caleidoscopio y su contenido se esparció por la alfombra de la entrada de su casa.
Además tuvimos la suerte de que nos leyera los poemas de Bajo la lluvia equivocada, aún sin publicar, que más tarde, recibió el IX Premio de Arte joven-Poesía, de la Comunidad de Madrid
Creo que ya he superado el disgusto que me llevé por mi bola de cristal, y además he tenido algo más que contar y recordar aquí. Ya véis, son las historias de la
Abuela Ana
Fué un regalo que me hizo muchísima ilusión porque siempre había querido tener una. Había sido volteada y manoseada por niños y mayores durante un montón de años y el otro día me la cargué yo solita de la manera más tonta.
Recogí el agua; los cristales y el castillo los tiré a la basura porque no tenía remedio y estuve un buen rato llamándome a mi misma todo lo que se me ocurrió.
El problema han sido las pequeñas estrellitas brillantes. Se quedaron en las juntas del parquet y al secarse se han pegado en la suela de mis zapatos y están repartidas por toda la casa. Tengo la sensación de haber recibido la visita de Campanilla.
Creo que no voy a quitarlas, ya irán desapareciendo y mientras tanto me hace ilusión verlas.
Esto me ha hecho recordar la visita que Vanesa Pérez Sauquillo nos hizo una tarde, hace varios años, al taller de literatura, con nuestro profe, Antonio, para leernos algunos de sus poemas.
Nos contó que el título de su poemario Estrellas por la alfombra, surgió cuando se le rompió un caleidoscopio y su contenido se esparció por la alfombra de la entrada de su casa.
Además tuvimos la suerte de que nos leyera los poemas de Bajo la lluvia equivocada, aún sin publicar, que más tarde, recibió el IX Premio de Arte joven-Poesía, de la Comunidad de Madrid
Recuerdo que a Vanesa le hizo ilusión que las chicas de Antonio pillaran el sentido de alguno de sus poemas sin necesidad de que lo explicara ella. Como el que tiene que ver con la molinera que tejiendo convierte la paja en oro. Ya sabéis, el cuento de los Hermanos Grimm, de las mil versiones, por ejemplo: la de El enano saltarín ó la de Ruidoquedito.
Creo que ya he superado el disgusto que me llevé por mi bola de cristal, y además he tenido algo más que contar y recordar aquí. Ya véis, son las historias de la
Abuela Ana
jueves, 8 de marzo de 2012
En el día internacional de la mujer
Hoy que está señalado en el calendario como el Día internacional de la mujer quiero hacer una reflexión desde mi situación de mujer que ha pasado por: el estudio, el trabajo, el matrimonio, la maternidad y la "abuelidad". Y por supuesto no me considero jubilada aunque en mi cartilla de la Seguridad Social ponga que soy pensionista.
Yo pienso que ni los hombres ni las mujeres nos jubilamos nunca, mientras podamos hacer cosas que nos gusten y podamos ayudar a quien nos necesite.
Pero desde mi experiencia, si quiero decir que para mi lo más importante a lo largo de los años vividos ha sido el respeto. Esa palabra que puede parecer rancia ó anticuada pero que es la base de las relaciones humanas.
Las mujeres debemos hacernos respetar desde la escuela, en el instituto, en el noviazgo (esto si que suena antiguo), en la relación de pareja, en el trabajo y en cualquier situación que nos coloque la vida. Que nadie tome decisiones importantes por nosotras ni nos obligue a hacer lo que no deseamos. Por supuesto, esto del respeto, es algo que funciona en dos direcciones y hay que tenerlo en cuenta.
Esta mañana, al abrir el correo he encontrado los buenos días de mi amiga Maruja que me ha enviado unos versos, intensos, que con su permiso voy a copiar aquí:
Y ya metidos en poesía, quiero recordar otro poema precioso que nos trajo nuestro profe del taller de literatura, Antonio, hace unos años, nos lo hizo leer a una detrás de otra (éramos unas veinte mujeres) y estoy segura de que a través de esa lectura fué conociéndonos un poquito más.
Para todas las estupendas mujeres que me rodean, desde la más pequeñita hasta la mayor y para todas mis amigas. Con todo cariño una rosa de mi jardín.
Feliz Día de la mujer.
Yo pienso que ni los hombres ni las mujeres nos jubilamos nunca, mientras podamos hacer cosas que nos gusten y podamos ayudar a quien nos necesite.
Pero desde mi experiencia, si quiero decir que para mi lo más importante a lo largo de los años vividos ha sido el respeto. Esa palabra que puede parecer rancia ó anticuada pero que es la base de las relaciones humanas.
Las mujeres debemos hacernos respetar desde la escuela, en el instituto, en el noviazgo (esto si que suena antiguo), en la relación de pareja, en el trabajo y en cualquier situación que nos coloque la vida. Que nadie tome decisiones importantes por nosotras ni nos obligue a hacer lo que no deseamos. Por supuesto, esto del respeto, es algo que funciona en dos direcciones y hay que tenerlo en cuenta.
Esta mañana, al abrir el correo he encontrado los buenos días de mi amiga Maruja que me ha enviado unos versos, intensos, que con su permiso voy a copiar aquí:
...Demasiadas mujeres
en demasiados lugares
hablan el mismo lenguaje
del silencio....
Yo sólo quiero olvidar
las penas del silencio de mi abuela.
Y ya metidos en poesía, quiero recordar otro poema precioso que nos trajo nuestro profe del taller de literatura, Antonio, hace unos años, nos lo hizo leer a una detrás de otra (éramos unas veinte mujeres) y estoy segura de que a través de esa lectura fué conociéndonos un poquito más.
Era blanca la boda: un milagro
de espuma, de azahar y de nubes.
Cenicienta esperaba.
Las muchachas regaban cada día
los frágiles cristales de su himen.
Blancanieves dormía.
Al galope
un azul redentor doraba la espesura
y la Bella Durmiente erguía su mirada.
Las vestales danzaban. Y las viejas mujeres,
en las noches de invierno,
derramaban sus cuentos de guirnaldas,
de besos y de príncipes.
Era largo el cabello, eran frías las faldas
por las calles de hombres.
Las fotos de las bodas
irradiaban panales de violines
y era dulce ser cóncava
para el brazo tajante y musculoso.
La boda les cantaba por el cuerpo
como un mar de conjuros.
Y a la boda se fueron una tarde
con su mística plena. Y cambiaron
la hora de su brújula
por el final feliz de los cuentos de hadas.
Juana Castro (1945, del poemario Cóncava mujer, 1978)
Feliz Día de la mujer.
Abuela Ana
lunes, 5 de marzo de 2012
Tiempo de labores, y III
Cuando ya empieza a oler a primavera y, con el clima loco que tenemos hay que dejar la ropa de mucho abrigo en el armario, creo que hay que ir pensando ya en labores más ligeras.
Me quedaban por enseñar las fotografías de las labores para mi, que son muy pocas porque me da una enorme pereza hacerlas.
(Este es un poncho muy ligero, tejido a punto liso y con remates de punto bobo en bordes y cuello. Como tengo la suerte de tener muy cerca a parte de mis nietos, es la prenda ideal para cruzar el portal cuándo voy a verlos)
En mi primera entrada de Tiempo de labores, os conté que había hecho una bufanda como la de Harry Potter. Me han mandado la fotografía y aunque ahora esté hablando de otras cosas aquí os la enseño.
Para terminar, este jersey que abriga muchísimo y está confeccionado con lana del tipo "azteca", para conseguir el cambio de tonos en el color. Es muy cómodo.
( Está tejido en dos trozos, creciendo para formar las mangas murciélago. A punto liso y p. elástico en bajo, cuello y puños.)
Y hasta aquí mi muestrario de labores de temporada otoño-invierno.
En cuanto tenga algo más primaveral hecho, prometo enseñarlo.
Abuela Ana
Me quedaban por enseñar las fotografías de las labores para mi, que son muy pocas porque me da una enorme pereza hacerlas.
(Este es un poncho muy ligero, tejido a punto liso y con remates de punto bobo en bordes y cuello. Como tengo la suerte de tener muy cerca a parte de mis nietos, es la prenda ideal para cruzar el portal cuándo voy a verlos)
En mi primera entrada de Tiempo de labores, os conté que había hecho una bufanda como la de Harry Potter. Me han mandado la fotografía y aunque ahora esté hablando de otras cosas aquí os la enseño.
(De punto elástico y la "gracia" de encontrar los colores de la clase de Harry. Cosa que no tuvo ninguna dificultad porque en cuanto que le dije a mi amiga de Lanas Sixto, lo que quería, me puso en la mano las madejas. Creo que J.K. Rowling, debía agradecer a miles de mamás y abuelas la publicidad que hemos hecho a su personaje tejiendo la bufanda)
Para terminar, este jersey que abriga muchísimo y está confeccionado con lana del tipo "azteca", para conseguir el cambio de tonos en el color. Es muy cómodo.
( Está tejido en dos trozos, creciendo para formar las mangas murciélago. A punto liso y p. elástico en bajo, cuello y puños.)
Y hasta aquí mi muestrario de labores de temporada otoño-invierno.
En cuanto tenga algo más primaveral hecho, prometo enseñarlo.
Abuela Ana
jueves, 1 de marzo de 2012
La Biblioteca Nacional. Recuerdo de Elena Andrés
Hoy es el 300 aniversario de la inauguración de la Biblioteca Nacional y yo quiero aprovechar para dedicar un recuerdo muy especial a la persona que, siendo yo muy pequeña, me inició en la lectura.
En la misma casa en donde yo nací, en la calle Santa Engracia, vivía una señora, Doña Elena Andrés, que era funcionaria de la Biblioteca Nacional y, quizá por su trabajo, se fijó en una niña que siempre andaba leyendo cuentos o historias de hadas de las que se publicaban en los años 40. En aquella época los niños pasábamos muchísimo tiempo en la calle porque teníamos árboles y bancos en donde poder sentarnos y jugar sin peligro.
Elena Andrés fue mi "proveedora" de lecturas infantiles. Fué trayéndome todos los libros de Elena Fortún, las historias de Celia, de Cuchifritín, de Mila y los primos....Más adelante las novelas de Louise May Alcott, Mujercitas, Aquellas mujercitas, Los cuentos de Jo.... Me descubrió las de Charles Dickens, las de aventuras de Emilio Salgari, de Julio Verne... Nunca se cansaba y a veces a mí me daba vergüenza decirle que ya había terminado un libro y esperaba dos o tres días más, antes de pedirle que me lo cambiara por otro nuevo.
Cuando yo era pequeña y durante los cursos del bachillerato había salas de lectura a las que se podía acceder sin ser universitario ni investigador. Incluso, recuerdo que en la primavera había unas jornadas de lectura infantil en las que colocaban mesas y sillas en los jardines que rodeaban entonces el edificio y se llenaban de escolares que disfrutaban allí del préstamo de libros para niños. Yo fuí varias veces de la mano de mi querida vecina. Mi madre me ponía reguapa y ella me llevaba toda orgullosa a su lugar de trabajo.
No hace mucho vi unas imágenes de esas jornadas en la parte documental en blanco y negro que aparece en los capítulos de la serie de TVE, Amar en tiempos revueltos. Supongo que son imágenes del NO-DO. Y me hizo muchísima ilusión.
Así que hoy, que se cumple ese aniversario de la Biblioteca, yo quiero dedicar esta entrada a la persona que llenó mi infancia de sueños impresos y me hizo lectora, para toda la vida.
In memoriam Elena Andrés.
En la misma casa en donde yo nací, en la calle Santa Engracia, vivía una señora, Doña Elena Andrés, que era funcionaria de la Biblioteca Nacional y, quizá por su trabajo, se fijó en una niña que siempre andaba leyendo cuentos o historias de hadas de las que se publicaban en los años 40. En aquella época los niños pasábamos muchísimo tiempo en la calle porque teníamos árboles y bancos en donde poder sentarnos y jugar sin peligro.
Elena Andrés fue mi "proveedora" de lecturas infantiles. Fué trayéndome todos los libros de Elena Fortún, las historias de Celia, de Cuchifritín, de Mila y los primos....Más adelante las novelas de Louise May Alcott, Mujercitas, Aquellas mujercitas, Los cuentos de Jo.... Me descubrió las de Charles Dickens, las de aventuras de Emilio Salgari, de Julio Verne... Nunca se cansaba y a veces a mí me daba vergüenza decirle que ya había terminado un libro y esperaba dos o tres días más, antes de pedirle que me lo cambiara por otro nuevo.
Cuando yo era pequeña y durante los cursos del bachillerato había salas de lectura a las que se podía acceder sin ser universitario ni investigador. Incluso, recuerdo que en la primavera había unas jornadas de lectura infantil en las que colocaban mesas y sillas en los jardines que rodeaban entonces el edificio y se llenaban de escolares que disfrutaban allí del préstamo de libros para niños. Yo fuí varias veces de la mano de mi querida vecina. Mi madre me ponía reguapa y ella me llevaba toda orgullosa a su lugar de trabajo.
No hace mucho vi unas imágenes de esas jornadas en la parte documental en blanco y negro que aparece en los capítulos de la serie de TVE, Amar en tiempos revueltos. Supongo que son imágenes del NO-DO. Y me hizo muchísima ilusión.
Así que hoy, que se cumple ese aniversario de la Biblioteca, yo quiero dedicar esta entrada a la persona que llenó mi infancia de sueños impresos y me hizo lectora, para toda la vida.
In memoriam Elena Andrés.
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